Antecedentes climáticos

Las crónicas de civilizaciones anteriores han dejado constancia de que los ecosistemas costero-marinos de Centroamérica y el Caribe llevan resistiendo durante siglos las batidas de los huracanes, las sequías, el calor oceánico y las inundaciones. Por lo tanto, sabemos que estos ecosistemas son capaces de recuperar su biodiversidad y servicios ecosistémicos (son resilientes) después de sufrir su impacto.

Las preguntas que CORESCAM intenta responder son:

¿Cuál es el efecto adicional que el incremento de la frecuencia y la severidad de los eventos climáticos extremos está causando en estos ecosistemas?

¿Son capaces estos ecosistemas de adaptarse a esta nueva realidad climática?

¿Son los eventos extremos climáticos algo nuevo?

Los ecosistemas costero-marinos de esta región llevan siglos resistiendo las batidas de los eventos extremos. No son algo nuevo para sus habitantes, pero sí la intensidad y la frecuencia con que se están desarrollando desde los años 80.

Crónicas escritas nos recuerdan cómo la misteriosa caída del Imperio Maya en el siglo IX se debió a 30 años de sequía continuada o cómo la violencia de los huracanes en el Atlántico Norte y en el Pacífico Oeste, obligaron a la Corona Española a establecer calendarios de navegación desde el siglo XVI para evitar los viajes durante los meses de junio a septiembre de La Flota de Indias (México-España) y de El Galeón Manila (México-Filipinas).

Por lo tanto, sabemos que estos ecosistemas son capaces de recuperar su biodiversidad y servicios ecosistémicos después de semejantes perturbaciones. Sin embargo, algunos ecosistemas empiezan a perder esta habilidad…

La Corona española utilizó calendarios de navegación para evitar la violencia de los huracanes en el Atlántico Norte en sus galeones de La Flota de Indias. Ilustración de galeón español

Desde los años 80 la frecuencia e intensidad han ido en aumento

En el caso de los huracanes, la región Centroamericana y del Caribe contaba con un promedio de 12 tormentas tropicales (vientos sostenidos entre 64 y 118 Km/h), 6 huracanes (Categoría 1 o superior en la clasificación de Saffir-Simpson, con vientos sostenidos >119 km/h) y 3 grandes huracanes (Categoría 3 o superior en la clasificación de Saffir-Simpson, con vientos sostenidos >178 km/h).

En el año 2020 la situación fue excepcional con 30 tormentas tropicales, 13 huracanes y 6 grandes huracanes.

Además de estos datos, la región sigue una trayectoria decadal creciente desde los años 80, con un aumento de las tormentas tropicales del 77% (95 tormentas tropicales frente a 28 tormentas tropicales) y un aumento de la intensidad (ACE) de los huracanes del 50% desde 2010.

Otro fenómeno extremo que ha aumentado también en la región desde los años 80 son las sequías asociadas a El Niño-La Oscilación Sur. Así pues, pasamos de 2 eventos de El Niño acumulados desde los años 80 (1983 – 1984, 1986 – 1987) a 4 eventos de El Niño registrados desde 2010 (2009 – 2010, 2014 – 2015, 2015 – 2016, 2018 – 2019).

Consecuencias sociales

El incremento de los eventos extremos en Centroamérica y el Caribe tiene consecuencias sociales de primer orden. Por un lado, altera los medios de vida de las comunidades costeras vulnerables, como las pesquerías artesanales, y de sectores menos vulnerables, pero de alta participación en el PIB de los países, como el sector turístico, que en lugares del Caribe puede alcanzar hasta el 30% de la contribución nacional.

Por otro lado, se han incrementado las caravanas de emigrantes ambientales hacia EEUU. Por ejemplo, fueron relevantes las de los años 2018 y 2021. Ambas fueron auspiciadas por las temporadas de megahuracanes de 2017 y de 2020, combinadas con las sequías causadas por el fenómeno El Niño (2015 y 2019) que afectaron severamente a las cosechas. El resultado de estos contextos socioeconómicos tan vulnerables son movimientos migratorios que no van a reducirse en el futuro.

Una mujer contempla el desastre tras los huracanes Iota y Eta en la comunidad de Haulover, Nicaragua, en noviembre de 2020 (fuente: INTI OCON, AFP).